Angelo Questa (dir.); Clara Petrella (Cio-Cio-San); Ferrucio Tagliavini (Pinkerton); Mafalda Masini (Suzuki); Giuseppe Taddei (Sharpless); Mariano Caruso (Goro); Alberto Albertini (Yamadori); Antonio Biancardo (Bonzo), Maria Cristina Foscale (Kate). Coro Cetra. Orchestra Sinfonica di Torino della Rai. URANIA 2 CD.
He aquí una espléndida grabación de Madama Butterfly que, por alguna razón que a mí se me escapa, rara vez aparece referenciada entre los grandes registros discográficos de este título. Y es algo totalmente ilógico, porque incluso compitiendo con grabaciones del nivel de las de Barbirolli, Serafin o las de Karajan, entre otras, no desmerece. Tiene un reparto equilibrado y a un nivel portentoso como pocas veces se ha visto en la discografía de Butterfly, y la reedición del sello Urania del año 2006 ofrece el sonido remasterizado, con una notable calidad. ¿Qué es lo que le falla? Pienso que la batuta de Questa es discutible, pero de eso hablaré en su momento.
El reparto, como decía, es espléndido, comenzando por la Butterfly de una Clara Petrella totalmente satisfactoria. Su voz suena adecuadamente juvenil, y no es la suya una Cio-Cio-San del molesto infantilismo de Dal Monte, ni en el extremo opuesto, de la madurez de Tebaldi. En cuanto a la progresión dramática por la que transita el personaje a medida que el drama avanza, el contraste entre la Butterfly infantil del primer acto y el ser trágico en el que acaba convirtiéndose no es tan acusado como ocurriría después con una Callas o una Scotto. Ambas hicieron un espléndido retrato psicológico del personaje, y a mi entender, dadas las voces de las dos, debió de suponer quizá para ellas más trabajo la dulzura cándida e infantil del primer acto que el patetismo posterior, claro que esto no es más que una opinión. Bien, a diferencia de la de éstas intérpretes históricas, la voz de Petrella equilibra ambos polos –infantilismo y patetismo– sin que el camino recorrido se haga tan obvio al espectador. ¿Es esto bueno o malo? Ninguna de las dos cosas, en mi opinión. Es un enfoque tan respetable como otros, según lo veo yo. En suma, es una Butterfly que más que con Scotto, está emparentada con Victoria de los Ángeles y Mirella Freni.
El Pinkerton de Ferruccio Tagliavini es de manual. El dominio del lenguaje pucciniano es evidente, y canta, amén de con una voz bellísima, con enorme galantería y patetismo. Tiene frases en el dúo de amor de una dulzura difícilmente superable, y puede colocársele sin miedo en el Olimpo de los grandes intérpretes del papel junto a nombres como Gigli, Bergonzi, Di Stefano o Björling.
El nivel de los secundarios mantiene la altura de la pareja protagonista. Mafalda Masimi hace una Suzuki muy bien defendida, y destaca, obviamente el magistral Sharpless de Giuseppe Taddei, difícilmente superable. Muy destacable también Mariano Caruso, que canta Goro sin un ápice de afectación ni de amaneramiento –problemas habituales de tantos y tantos tenores que abordan este papel– y con una bella voz que le sitúa perfectamente en la cima de la discografía, a la altura del mejor Piero de Palma.
Alberto Albertini defiende sin problemas el breve papel de Yamadori, mientras que Antonio Biancardo, pese a tener una voz adecuada para ser el Bonzo, no resulta todo lo amenazante que debería al comienzo de sus imprecaciones. Me refiero al terrible “Cio-Cio-San” que se va acercando cada vez más desde la lejanía, produciendo deliberadamente desasosiego en el espectador. Puccini concibe muy bien la escena para que produzca un obvio impacto psicológico en el público: usa una música dulce, absolutamente encantadora en el brindis (“O Kami”) que se ve súbitamente interrumpida por las voces del Bonzo en el exterior de la casa. Puccini, en apenas unos segundos, consigue pasar de la quietud a la intranquilidad y a un posterior estallido de violencia verbal incontrolada.
El único “pero” que se le puede poner a la grabación, como decía, es el de la poco imaginativa dirección de Angelo Questa. Especialmente en el primer acto dirige con excesiva premura, y el primer encuentro entre Butterfly y Pinkerton (“Gran ventura”) está dirigido mecánicamente, con una trivialidad enemiga por completo de la música de Puccini. Butterfly está encantadora, ruborizada, y responde con una tímida cortesía que a él le encandila. No puede enfocarse esta escena con la superficialidad con la que la concibe Questa. Aunque mejora a partir del dúo de amor, le viene a ocurrir como a Gavazzeni: se le escapa de entre los dedos el primer acto por una absurda prisa con los tempi y una cierta falta de correspondencia entre la implicación emocional del reparto y la de la orquesta. Otro ejemplo claro lo tenemos en las plegarias de Suzuki que abren el segundo acto (“E Izagi e Izanami”), en el que el acompañamiento de la orquesta, despojado de cualquier sensibilidad, resulta vulgar, casi marcial.
La grabación, en suma, no es que sea buena, es que es buenísima. Eso sí, si hubiese contado con la batuta de un Karajan o un Serafin lo sobresaliente se convertiría en apoteósico. Y es que no se puede tener todo en la vida...
4 comentarios:
Que pena no poder comentar esta Butterfly, pues no la conocía.
Haré por conseguirla.
Gracias Pablo, por tus fabulosos artículos, que tanto me enseñan.
Gracias a ti, gucki, por tus palabras.
ES UNA MARAVILLOSA GRABACION
Sí señor, y no todo lo bien conocida que merece.
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