El domingo pasado había un acontecimiento importante en Sevilla. No me refiero a las elecciones, sino a la representación del Orfeo ed Euridice de Gluck en el Teatro de la Maestranza. Razones presupuestarias llevaron a la dirección del teatro a optar tristemente por ofrecer la obra en versión concierto, algo que no es la primera vez que ocurre en los últimos años en lo que atañe a la representación en el Maestranza de óperas del siglo XVIII. En la temporada 2008/2009 pude asistir a un notable Orlando handeliano con López Banzo en el que brilló maravillosamente María Espada.
Teniendo en mente este precedente, de grato recuerdo, me animé a sacar la entrada para el Orfeo que se ofrecía esta temporada (en la versión original vienesa), mentalizándome de que el componente visual no tiene por qué ser un elemento decisivo a la hora de asistir a un teatro. Puede argumentarse, a sensu contrario, que si se va a la ópera no es sólo para oír, como si tratase de un disco que escuchamos en casa, sino también para ver. De todas formas no es este el momento para discutir la cuestión.
Escribo este comentario a partir de unas notas dejadas por mí en un documento Word poco después de llegar a casa tras asistir a la representación. Aclaro esto porque he leído la crítica de Moreno Mengíbar en Diario de Sevilla y discrepo en buena medida de ella.
Lo primero de todo es señalar el excelente Orfeo que nos brindó Carlos Mena. Los días en los que pienso que Xavier Sabata es el mejor contratenor de España escucho a Carlos Mena y cambio de opinión, algo que también ocurre a viceversa. Es cierto que, en general, me gustan los Orfeos más "dolientes", pero en cualquier caso la dignísima prestación de Mena distó mucho de ser plana. Voz hermosa, aunque en el primer acto parecía perder el apoyo al descender al grave, dando como resultado una emisión inestable, problema éste que sólo detecté, insisto, en el primer acto. Ornamentó de forma discreta, pero con buen gusto y elegancia.
En cuanto al resto del reparto, Roberta Invernizzi fue en su papel de Eurídice la que en mi opinión aportó la visión de su personaje más madura y rotunda de todo el reparto, sin ningún apuro técnico (al menos que yo detectara) y con adecuada expresividad. Cantó con algo más de vibrato de lo que a mí me hubiera gustado, aunque en ningún caso llegó a ser algo excesivo.
Por último, lamentable el Amor de Maria Christina Kiehr, por mucho que grabara el papel con René Jacobs. Su voz sonó pequeña y con problemas de afinación en sus dos intervenciones. En su favor, ornamentaciones muy trabajadas.
La Orquesta Barroca de Sevilla rindió al buen nivel que nos tiene acostumbrados, si bien, por ejemplo, sobró en mi opinión la percusión en el segundo acto, en la escena del infierno, en la que al menos resultó impecable el arpa. También hubo algún problema de afinación de los metales en el primer acto. En realidad, nada que deba sorprender al oyente aficionado a las agrupaciones de instrumentos de época. Muy brevemente desafinó también el oboe en la escena en la que Orfeo entra en el Elíseo (Che puro ciel). Ahora bien, si me limito a decir que la OBS rindió a “buen” nivel y no a un nivel sobresaliente se debió a la anodina dirección de Enrico Onofri, un indiscutible virtuoso del violín que como director ayer no me convenció. De hecho, fue la primera vez que no me convenció. Me dejó mucho mejor sabor de boca en el FEMÁS y en otras ocasiones en las que he tenido la oportunidad de escucharlo. La enérgica obertura ya sonó extrañamente plana y desapasionada, sensación que se reiteraría continuamente durante la noche, alternada con algunos momentos (pocos) de mayor genio. Empleó, en líneas generales, tempi rápidos, lo cual no explica que pasase volando por encima de la música sin transmitir (debería decir sin transmitirme) su compleja profundidad. Por ejemplo, tuvo el mal gusto de acelerar el tempo en la sección central del bellísimo pasaje orquestal que abre la segunda escena del acto segundo, privando a la mágica intervención de la flauta de la melancolía reflexiva que siempre he asociado a esa música.
Estupendo, como siempre, el Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza.
La acogida del público fue buena, aunque tampoco entusiasta. Vi asientos vacíos, lo que no deja de ser chocante tratándose de una única función.
Añadido: Conversación entre varias señoras captada durante el descanso. Hablaban sobre las óperas que cada una había visto en Sevilla, a lo que una de ellas respondió: “Yo he visto muy pocas porque siempre estoy con catarro y eso”. Pobrecita.
Teniendo en mente este precedente, de grato recuerdo, me animé a sacar la entrada para el Orfeo que se ofrecía esta temporada (en la versión original vienesa), mentalizándome de que el componente visual no tiene por qué ser un elemento decisivo a la hora de asistir a un teatro. Puede argumentarse, a sensu contrario, que si se va a la ópera no es sólo para oír, como si tratase de un disco que escuchamos en casa, sino también para ver. De todas formas no es este el momento para discutir la cuestión.
Escribo este comentario a partir de unas notas dejadas por mí en un documento Word poco después de llegar a casa tras asistir a la representación. Aclaro esto porque he leído la crítica de Moreno Mengíbar en Diario de Sevilla y discrepo en buena medida de ella.
Lo primero de todo es señalar el excelente Orfeo que nos brindó Carlos Mena. Los días en los que pienso que Xavier Sabata es el mejor contratenor de España escucho a Carlos Mena y cambio de opinión, algo que también ocurre a viceversa. Es cierto que, en general, me gustan los Orfeos más "dolientes", pero en cualquier caso la dignísima prestación de Mena distó mucho de ser plana. Voz hermosa, aunque en el primer acto parecía perder el apoyo al descender al grave, dando como resultado una emisión inestable, problema éste que sólo detecté, insisto, en el primer acto. Ornamentó de forma discreta, pero con buen gusto y elegancia.
En cuanto al resto del reparto, Roberta Invernizzi fue en su papel de Eurídice la que en mi opinión aportó la visión de su personaje más madura y rotunda de todo el reparto, sin ningún apuro técnico (al menos que yo detectara) y con adecuada expresividad. Cantó con algo más de vibrato de lo que a mí me hubiera gustado, aunque en ningún caso llegó a ser algo excesivo.
Por último, lamentable el Amor de Maria Christina Kiehr, por mucho que grabara el papel con René Jacobs. Su voz sonó pequeña y con problemas de afinación en sus dos intervenciones. En su favor, ornamentaciones muy trabajadas.
La Orquesta Barroca de Sevilla rindió al buen nivel que nos tiene acostumbrados, si bien, por ejemplo, sobró en mi opinión la percusión en el segundo acto, en la escena del infierno, en la que al menos resultó impecable el arpa. También hubo algún problema de afinación de los metales en el primer acto. En realidad, nada que deba sorprender al oyente aficionado a las agrupaciones de instrumentos de época. Muy brevemente desafinó también el oboe en la escena en la que Orfeo entra en el Elíseo (Che puro ciel). Ahora bien, si me limito a decir que la OBS rindió a “buen” nivel y no a un nivel sobresaliente se debió a la anodina dirección de Enrico Onofri, un indiscutible virtuoso del violín que como director ayer no me convenció. De hecho, fue la primera vez que no me convenció. Me dejó mucho mejor sabor de boca en el FEMÁS y en otras ocasiones en las que he tenido la oportunidad de escucharlo. La enérgica obertura ya sonó extrañamente plana y desapasionada, sensación que se reiteraría continuamente durante la noche, alternada con algunos momentos (pocos) de mayor genio. Empleó, en líneas generales, tempi rápidos, lo cual no explica que pasase volando por encima de la música sin transmitir (debería decir sin transmitirme) su compleja profundidad. Por ejemplo, tuvo el mal gusto de acelerar el tempo en la sección central del bellísimo pasaje orquestal que abre la segunda escena del acto segundo, privando a la mágica intervención de la flauta de la melancolía reflexiva que siempre he asociado a esa música.
Estupendo, como siempre, el Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza.
La acogida del público fue buena, aunque tampoco entusiasta. Vi asientos vacíos, lo que no deja de ser chocante tratándose de una única función.
Añadido: Conversación entre varias señoras captada durante el descanso. Hablaban sobre las óperas que cada una había visto en Sevilla, a lo que una de ellas respondió: “Yo he visto muy pocas porque siempre estoy con catarro y eso”. Pobrecita.
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