No soy wagneriano. Desde hace años he ido desplazando a un lado la música de Richard Wagner a consecuencia del miedo de ser consciente de que se trata de un “universo” entero por explorar, de una música densa donde las haya y también, por qué no decirlo, por la actitud típica de cierto perfil del oyente wagneriano, que se caracteriza por ser pedantemente crítico y excluyente con todo lo que no huela a Wagner, como si la historia de la ópera, más que un permanente cambio de estilo y lenguaje según la época, fuese una especie de “evolución” para mejor en cuya cúspide estaría Ricardito.
Como nunca he sido wagneriano y jamás he escuchado una de sus óperas, decidí este año romper mis propias barreras asistiendo a la primera representación de “El oro del Rin” en el Teatro de la Maestranza. A mi favor tenía dos cosas: la primera, que pese a haber prescindido siempre de Wagner, la óperas de tipo wagneriano que conozco me gustan bastante (incluso pueden encontrarse algunos ejemplos de ello en este blog); la segunda, que el inicio este año de la Tetralogía wagneriana es una oportunidad a tener en cuenta para quien empieza desde cero.

Pues bien, ¿cómo fue la cosa? Musicalmente debo decir que me gustó (espero evitar con esto la entrada de algún wagneriano indignado dispuesto a lapidarme verbalmente), por mucho que asimilar el lenguaje me cueste un importante ejercicio de atención. Pienso que necesitaría muchas escuchas de cada título para poder “digerirlo”, algo que no he hecho antes de la función con la idea de dejarme impresionar. “From lost to the river”. Pedro Halftter dirigió con brío a una estupenda Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, como es habitual, de la que sólo percibí algún disimulado desajuste en las trompas. En lo vocal, me gustó bastante el Wotan de Jukka Rasilainen, si bien su voz perdía cuerpo al descender al grave. Más me satisfizo el Loge de Robert Brubaker, quizás lo mejor del reparto, así como el Alberich de Gordon Hawkins, cantado con poderosa voz capaz de intimidar al público con su maldición al anillo. Bien coordinadas las Hijas del Rin, debidamente insinuantes en la primera escena, y contundente la Fricka de Elena Zhidkova, así como la dulce Freia de Keri Alkema. Menos me gustaron los gigantes y la Erda de Hanna Schwarz.

Cuestión aparte es la alabada escenografía de La Fura dels Baus. Quien siga este blog sabrá que no soy precisamente enemigo de los montajes transgresores, pero hay cosas que no termino de entender. En “La favorita” de la pasada temporada leí opiniones negativas en internet contra la idea de proyectar imágenes continuamente en el escenario, algo que se repite en este aclamado montaje de la Fura sin que nadie se queje. En el presente caso, son unas logradísimas y espectaculares proyecciones las que hacen la guisa de decorado en un escenario cuasi vacío. Me gustó la ambientación abstracta y hasta “futurista”, que en mi opinión sienta bien a la obra, pero algunos detalles me chirrían: por ejemplo, me parece bastante acertada la idea de recurrir a figurantes para que con sus cuerpos recreen cosas como el oro amontonado o el Walhalla, pero la imagen de esa gente colgando de los tobillos como si fueran chorizos en la escena en la que Wotan y Loge se entrevistan con Alberich roza lo grotesco. Tampoco vienen al caso las continuas proyecciones de fetos humanos de color dorado, cuya única explicación racional sería la de suponer que se trata de una alegoría de la corrupción del ser humano por la ambición y mal uso de los recursos económicos. Muy espectaculares los gigantes y el aparente “vuelo” de los dioses sobre el escenario, con la salvedad de que las proyecciones no conseguían ocultar de la vista del público a los hombres encargados de desplazarlos. Los gigantes parecían sacados de Transformers, y Loge, permamentemente sobre ruedas y con lucecitas ora rojas, ora azules, parecía R2D2 o cualquier personaje de “La guerra de las galaxias”, lo que motivó algunas carcajadas en su primera aparición. Con todo, la única escena que me pareció francamente “regulona” fue la de las ondinas. Se supone que deben corretear por el escenario (“nadando”) para escapar del lascivo Alberich, pero en este montaje cada una de ellas está sumergida en un reducido cubículo de cristal lleno de agua, con lo que la única “escapatoria” posible de Alberich era algo tan poco creíble y eficaz como sumergir la cabeza. En conclusión, en líneas generales, el montaje es espectacular a la vista, pero no me parece tan rotundo como se lee por ahí.
El público respondió bien, aunque de forma tibia si recordamos las atronadoras ovaciones que arrancaron títulos como “Turandot” o “La traviata” en la pasada temporada. Buen comienzo wagneriano, en cualquier caso.
Imágenes: http://julio-rodriguez.blogspot.com/
Añadido: Acabo de enterarme de la última hazaña de la Conserjería de Cultura de la Junta de Andalucía: reducir el presupuesto del Teatro de la Maestranza en un 30 % para la temporada que viene. Lo extraño es que se vaya a dar más dinero a la respetabilísima Fundación Barenboim-Said, con sus escasísimos conciertos, que al coliseo sevillano. Claro que bien pensado no es tan extraño... y no digo más porque en mi blog nunca he tocado la política ni tengo la menor intención de hacerlo.
¿Por qué tenemos que pasar por el aro? Los sevillanos se manifestaron masivamente contra la gestión del Betis, lo que me parece perfectamente justo y respetable. ¿Por qué no nos sentimos igualmente heridos cuando nos desfiguran y recortan la cultura mezclándola con politiqueo barato?
¿Por qué tenemos que pasar por el aro? Los sevillanos se manifestaron masivamente contra la gestión del Betis, lo que me parece perfectamente justo y respetable. ¿Por qué no nos sentimos igualmente heridos cuando nos desfiguran y recortan la cultura mezclándola con politiqueo barato?
2 comentarios:
Gracias por tus acertados comentarios de óperas, con los que, en líneas generales, coincido. Fenomenales trabajos del Julio Cesare de Glyndebourne y de La Flauta mágica, que son los que he podido leer más detenidamente.
En este caso, una observación: Ser wagneriano o amante de la música de Wagner, no es excluyente.
A mi me gustan mucho los dos Ricardos (Wagner y Strauss). Para mi son los mejores. Pero eso no excluye a Mozart, Verdi, Bellini, ni a nadie.
Puedo disfrutar tanto de Rheingold o de Tristán, como de una Traviata o un Elisir d'amore, para irme a otro extremo. Si están bien hechas, la mayoría de óperas de pueden disfrutar.
Hay también infumables, pero ¿dónde no?.....
Gracias por tu comentario, Falparsi. Naturalmente, no tener prejuicios es la postura más inteligente. Lo que ocurre es que a veces hay que leer cada cosa... Algo muy similar sucede, por ejemplo, entre algunos sectores de melómanos "ultrabarrocófilos" para los que la música murió con Handel (opinión respetable) y que miran asqueados lo que exceda del siglo XVIII con una vehemencia tan absurda como innecesaria.
A mí, simplemente, me gustan la ópera y la buena música.
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