
El público respondió admirablemente en este concierto inaugural con una parroquia de Santa María Magdalena llena casi al 100%. Llegué a las nueve (media hora antes del inicio del concierto) y me sorprendió la enorme cola que se formaba en la puerta y que más tarde me obligaría a sentarme muy atrás. Recordé los no lejanos tiempos de Santa Marina. En suma, nada que ver, gracias al cielo, con el aspecto semivacío de La serva padrona de Cajasol del mes pasado, que aún no se ha borrado de mi memoria. Y a ello debe añadirse que la hora y la climatología no eran los más propicios para una tarde de música. A las nueve y media de la noche de un domingo me parece algo tarde, aunque por otra parte entiendo que en la Magdalena hay misa de ocho y media y que hay que disponerlo luego todo para el concierto. Una prueba más, en suma, de un público interesado.

El Coro Barroco de Andalucía cumplió con corrección su nada fácil cometido, si bien las voces femeninas se vieron frecuentemente tapadas por el resto. De los solistas, el más destacable fue, sin lugar a dudas, Furio Zanasi, de quien ya hablé no hace mucho, precisamente en relación a la representación de La serva padrona a la que antes me referí. Por su parte, Les Sacqueboutiers de Tolouse contaron con el nada desdeñable refuerzo de varios miembros de la Orquesta Barroca de Sevilla. El pequeño-gran problema de la noche fue la irregular dirección de Lluís Vilamajó, plúmbeo en algunos momentos que invitan a una mayor ligereza y agilidad como el Dixit Dominus y en cambio innecesariamente rápido y virtuosístico en otros más serenos, caso del tranquilo diálogo entre solistas, coro y orquesta del Ave maris stella. Las secciones más reflexivas, como la citada Ave maris stella o el Duo Seraphin (que de por sí sólo bastaría para que hoy recordáramos el nombre de Monteverdi) no me dejaron indiferente, aunque tampoco me inspiraron la sensación casi mística que encierra esta música maravillosa. Lo escribo pensando en Gardiner en esa magnífica filmación en el interior de San Marco, por mucho que a día de hoy la interpretación historicista de Monteverdi parezca recorrer otros derroteros diferentes. Precisamente por eso insisto en que a la dirección de Vilamajó le faltó en ocasiones algo de frescura y agilidad, así como de un mayor sabor "meditarráneo". Ni esto ni lo que ofrece, en el extremo opuesto, L’Arpeggiata de Christina Pluhar. En el justo medio aristotélico se encuentra la virtud.
Brillante arranque, en cualquier caso, de un Festival de Música Antigua sobre el que volveré a informar pronto.
PS: El merchandising ha llegado al FEMÁS en forma de camisetas y delantales de color negro que se venden a la salida del concierto.
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