Yo defiendo el historicismo. Es más, creo que ha sido una de las mayores bendiciones que se han producido en lo que se refiere a la interpretación de la música culta en el siglo XX. Además, afortunadamente, la tendencia ha echado unas raíces realmente profundas y la hemos terminado asimilando como algo natural. Ya no tiene sentido discutir si Handel suena mejor con instrumentos originales o convencionales, o si a la vista de los resultados obtenidos por un Hantaï o un Dantone, un clavecinista puede alcanzar la hondura emocional de un Gould interpretando a Bach al piano. El debate sobre la estética está muerto porque el historicismo no es un cuento chino inventado hace décadas para grabar discos, y la elección entre la tendencia historicista y la tradicional depende hoy única y exclusivamente del gusto personal.
Pero hay más a favor de la corriente historicista. Y es que al margen de la posibilidad de escuchar cada obra interpretada con instrumentos de la época –cuyo sonido concordará obviamente con la idea de un compositor que jamás escuchó el de nuestros instrumentos modernos– según los cánones interpretativos de su tiempo, tenemos la ingente labor de recuperación de un grandioso patrimonio musical que permaneció en el olvido hasta el auge del interés por el barroco que arrancó más o menos en la década de los años setenta del pasado siglo y que se mantiene bien vivo a día de hoy. Las óperas menos conocidas de genios como Handel, Rameau o Vivaldi podrán gustar más o menos según el aficionado, pero en comparación con la música que se escucha al encender la radio, no merecen estar tiradas en un cajón durante siglos. Así, por ejemplo, a un director tan sumamente soso y gris como Alan Curtis hay que darle gracias eternamente por sus trabajos de recuperación en Handel.
Conviene, sin embargo, clarificar un punto esencial que muchos parecen olvidar. ¿Qué se pretende realmente con el historicismo? Como es obvio, esta corriente jamás puede pretender la reconstrucción de una interpretación del pasado. No tenemos a los cantantes para cuyas voces escribían expresamente los compositores con mucha frecuencia, por lo que todo intento de reconstrucción es sencillamente un fraude. El historicismo debe tener otro objetivo mucho más amplio, y es del proponer interpretaciones posibles según la época en la que nos movamos. No es como si viajáramos atrás en el tiempo hasta el siglo XVIII, es como si ahora viviéramos en ese siglo, lo que es muy diferente.
Existen algunos acérrimos defensores del historicismo que parecen haber olvidado esta premisa elemental, situación que ha dado lugar a que a día de hoy haya historicistas dentro de los historicistas. Tomemos un ejemplo claro: la interpretación de la música vocal sacra de Bach siguiendo el criterio OVPP –una voz por parte– de Rifkin. Esta posibilidad interpretativa tiene un sustento histórico que, según parece, es innegable, y ha dado lugar a muy notables trabajos discográficos de la mano de consumados directores de la corriente como Minkowski o Butt. Pero a poco que uno bucee en internet se encontrará cosas realmente pasmosas. Hay quien considera sin demasiados reparos que los trabajos realizados en este ámbito por directores de la talla de Gardiner o Herreweghe han quedado superados por la nueva corriente OVPP. Son, como decía, historicistas dentro de los historicistas, víctimas de una suerte de radicalismo excluyente que les lleva, en mi opinión, a andar más despistados que un pato mareado. No nos engañemos: es, desde luego, interesante contar con referencias discográficas que busquen aproximarse a la forma en la que Bach, careciendo de un coro mayor, interpretó estas obras en su día, pero afirmar que ese tipo de interpretaciones son más historicistas que el resto indica haberse olvidado de lo que realmente es el historicismo. Gardiner y Herreweghe, por seguir con los mismos ejemplos, utilizan instrumentos originales y criterios interpretativos de la época dando lugar a interpretaciones posibles al margen del modo en el esta música llegara a sonar en su día en Santo Tomás en Leipzig. ¿O acaso somos tan ilusos como para creer que las óperas de Handel sonaban en su día como si las dirigiera Jacobs?
Con todo, existe un defecto peor en buena parte de los aficionados historicistas: el ombliguismo radical y voluntariamente ignorante. Da auténtica pena leer en internet a gente para la que una grabación es mejor que otra porque utiliza instrumentos originales. Para mí, el historicismo es un plus, pero no una condición estrictamente necesaria. ¿Qué es más importante, la calidad musical de la interpretación o el instrumento que se utiliza? Hay quien parece preferir escuchar una mediocre grabación historicista a otra notable con instrumentos modernos, o incluso ir más allá y negarse a conocer una obra si no existen grabaciones historicistas de la misma, obviando a las demás. El súmmum de la estupidez se localiza en aquellos que además de defender la ignorancia y el aislamiento voluntarios insultan abiertamente a los que disfrutan con lo que ellos ignoran. De historicistas a “histericistas”.
Lo firma un historicista que afirma sin pudor que hay más Bach en las Goldberg de Gould que en tres cuartas partes de los que las han grabado al clave.
2 comentarios:
Es que los seres humanos somos así, nos gusta la ortodoxia religiosa y vivir en tribus, nos reafirmamos oponiéndonos a los demás.
Cambiando de tema, una de las cosas más grandes que ha aportado el movimiento historicista en el mundo de la interpretación es que ha terminado influyendo en las orquestas no historicistas; así, orquestas como la Filarmónica de Berlín, por decir una, ya no se enfrentan a las partituras barrocas como lo hacían antes (tampoco lo hacen en la misma medida), han aligerado y cambiado el estilo, el procedimiento. Lo cual demuestra, por si alguien tenía dudas a estas alturas, que el movimiento historicista tenía sentido.
Totalmente. Un ejemplo claro de director influenciado por la corriente es Abbado.
A mi también me gusta el "punto medio" de directores como Marriner, que en Mozart me parece una garantía. Habrá lecturas mejores, claro está, pero escucharle Mozart nunca es tirar el dinero.
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