De entre las misas salzburguesas de Wolfgang Amadeus Mozart, sólo la célebre Misa de la Coronación (K.317) ha ocupado tradicionalmente un puesto de honor compartido con obras más tardías como la Gran Misa en do menor (K.417) o el Réquiem (K.626). La mayoría de esas obras de juventud suscitan un interés relativamente escaso para las casas discográficas y salas de conciertos, siendo tachadas con frecuencia de tratarse de meras obritas encantadoras que poco aportan a la producción musical del genial autor. Quizás parte de la culpa recaiga en las exigencias musicales del príncipe arzobispo de Salzburgo Hieronymus Colloredo –probablemente la persona a la que más llegó a odiar Mozart en su vida–, un apasionado de la música ligera e italianizante cuya actitud ilustrada le llevó a exigir la brevedad, la concisión y la subordinación de la música a la comprensión del texto como requisitos imprescindibles para los compositores de la corte. El propio Mozart escribe al padre Martini el 4 de septiembre de 1776 que “una misa con todo el Kyrie, el Gloria, el Credo, la sonata para la Epístola, el Ofertorio, el Motete, el Sanctus y el Agnus, no debe [...] durar más de tres cuartos de hora”.
Si bien es cierto que en las misas escritas por Mozart entre 1773 y 1777 predominan la declamación –especialmente en los fragmentos de texto más amplio como el Gloria y el Credo– y la escasa repetición de frases musicales, lo cierto es que el salzburgués supo plegar su arte a estas limitaciones, de modo que ninguna de estas obras se hace inexpresiva. Precisamente del año 1776 –o si acaso de diciembre de 1775–, fecha en la que Mozart escribe la carta antes reproducida, data la encantadora Missa brevis “del solo de órgano” (K.259), una de mis favoritas. Esta obra, en la que las exigencias de brevedad son llevadas casi al extremo, es en buena medida responsable de la devoción que profeso a la música de Mozart desde mi infancia. Al igual que las dos misas precedentes (K.257 y 258) sigue la tonalidad de do mayor, y el motivo de la composición probablemente quepa encontrarlo en la festividad de los Santos Inocentes del 28 de diciembre (¿de 1776?). Tras el luminoso Kyrie, en el que entran ya en juego las voces concertantes en diálogo con el coro, siguen en estilo más declamatorio el Gloria, y sobre todo el Credo, que sigue una estructura ternaria gracias al bello Et incarnatus central a cargo de los solistas, seguido de un trágico Crucifixus. El Benedictus, como es habitual, repite para el Osanna la misma música del Sanctus –del que se conserva una prueba anterior de 21 compases descartada por Mozart–, aportando simetría. La intervención del órgano obligato al comienzo del Benedictus es la que motiva el hecho de que la tradición haya acabado refiriéndose a esta misa como la del “solo de órgano”. Del Agnus Dei, más reposado, siempre se ha dicho que anticipa la cavatina Porgi amor de la Condesa en Le nozze di Figaro, aunque otro tanto puede decirse, por ejemplo, del de la misa solemnis K.337.
A continuación os dejo con la grabación de Peter Neumann frente al Collegium Cartusianum (con instrumentos originales), el Kölner Kammerchor y los siguientes cantantes solistas: Ann Monoyios (soprano), Elisabeth Graf (contralto), Oly Pfaff (tenor) y Franz-Josef Selig (bajo).
Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)
Missa Brevis en do mayor, K.259 “Orgelsolo-Messe”.
Soprano, contralto, tenor, bajo; Coro; 2 oboes, 2 trompetas, timbales, 2 violines, bajo, órgano.
Kyrie
Gloria
Credo
Sanctus
Benedictus
Agnus Dei
2 comentarios:
Feliz Natal e Bom Ano de 2012
¡Igualmente, Fanático!
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