Si no hubiera sido por un certero aviso de mi padre al leer el periódico no habría podido ir. ¿Por qué el escaso eco publicitario de espectáculos como los del domingo pasado en Sevilla? La representación semiescenificada de “La serva padrona” de Pergolesi (en el año de su trescientos aniversario) en Villasís no formaba parte ni del magnífico ciclo de música de cámara de Cajasol ni del Festival de Música Antigua, que aún no ha dado comienzo. Quiero pensar que una mayor publicidad habría evitado en cierta medida el alarmante número de butacas vacías. En mi caso particular, no recibí esta vez el habitual correo electrónico de nuestra maravillosa Orquesta Barroca de Sevilla en el que se avisa de las próximas actuaciones.
La otra explicación, mucho más amarga, para el aspecto semivacío de la reducida sala es el cobro de una entrada para su acceso. Pero, ¿de cuánto dinero estamos hablando? Pues ni más ni menos que de la fortuna de 5-10 euros. No puedo estar más de acuerdo con las palabras de Pablo J. Vayón en “El martillo sin dueño”: ¿es lógico quejarse en esas circunstancias de una Sevilla que de “ciudad de la música” no tiene nada?; ¿No será tal vez que ni siquiera merezcamos lo que ya tenemos?; ¿Esas pocas monedas son de verdad argumento suficiente para que pasemos de una iglesia de Santa Marina ocupada hasta la bandera a una sala Villasís llena a poco más de la mitad? El público sevillano ha mostrado incontables veces su cariño hacia la OBS con el lleno en los conciertos gratuitos de Santa Marina, donde hemos visto desfilar a artistas de la talla de Barry Sargent, Monica Huggett, Gustav Leonhardt o Alfredo Bernardini, entre otros. Diez euros es una cantidad demasiado escasa para un contraste tan brutal.
... y lo que se vio el domingo valió la pena. Vaya si valió la pena. La sola presencia de Diego Fasolis al frente de una OBS que en muy poco puede ya envidiar a nivel artístico a las grandes agrupaciones historicistas de Europa era atractivo más que suficiente para pagar el importe de la entrada multiplicado por tres. Y ello pese a que “La serva padrona” no se cuente musicalmente entre las mayores óperas del siglo XVIII (al menos en opinión de quien esto escribe). Muchas veces se ha dicho que, de haber vivido más, Pergolesi hubiera podido rivalizar con Mozart. Lo cierto es que “La serva” es una obrita encantadora, un bello intermezzo en dos actos que jugó además un papel esencial en la evolución del género pero en el que no se observa (al menos para mí) el inimitable brillo mozartiano, presente también en las óperas más tempranas y habitualmente inexploradas del salzburgués.
La joven soprano búlgara Sonya Yoncheva fue la calculadora criada Serpina, digna antecedente de la mucho más maquiavélica Despina mozartiana. Es la segunda vez que tengo la oportunidad de escucharla en vivo. La primera fue en marzo de 2007 en el marco del Festival de Música Antigua, cuando acudió a Sevilla como miembro de “Le jardín des voix”, una loable iniciativa de William Christie destinada a lanzar las carreras de jóvenes cantantes y de la que saldría, por ejemplo, un cantante tan consagrado hoy como Christophe Dumaux. Luego la encontré también en el DVD de la Poppea de Glyndebourne, en el que interpretaba el papel de diosa Fortuna en el Prólogo de la ópera. Preciosa voz, cómica y seductora, y adecuada presencia escénica, a la que contribuyeron sus simpáticos gestos y muecas. Furio Zanasi supo a su vez imprimir calidez y ternura al papel del amargado cascarrabias de Uberto, mientras que el violinista Valentín Sánchez interpretó el papel mudo del criado Vespone. Se leyó el “Marca” en el escenario y arrancó las risas de todos en su simpatiquísima aparición como capitan Tempesta.
La Orquesta Barroca de Sevilla acompañó admirablemente con la enérgica dirección de Fasolis, ofreciendo antes de cada acto el Concierto para violín en si bemol mayor de Pergolesi (con un maravilloso Enrico Casazza) y el Concerto grosso nº 6 de Alessandro Scarlatti.
Como propina, el simpático final alternativo del martellin d'amore.
PS: El señor que tenía a mi derecha llevaba un prismático de esos que llevan las señoras mayores a la ópera en las películas, aunque estábamos en la fila 9 del patio. El público, esta vez educado, no molestó a los artistas con inoportunas y exageradas toses.
“Stizzoso mio stizzoso” (La serva padrona): Sonya Yoncheva – Diego Fasolis
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