Hace cosa de un mes que informaron a mi padre de que un conocido de nuestra familia estaba infectado con el virus H1N1, es decir, de la temida gripe A. Naturalmente, lo primero fue llamarle e informarnos sobre su estado. No niego que lo que nos contó nos causó estupor, pero no en el sentido que en principio pudiera esperarse. Nuestro amigo había acudido al médico tras encontrarse mal durante varios días, y este profesional de la medicina le despachó diciendo que se trataba de gripe. De gripe A, dijo, “porque este año todas las gripes que vienen son la gripe A”.
Es compresible el alto nivel de histeria mundial que se ha desencadenado en los últimos meses con este virus. No es para menos, pues además de ser altamente infeccioso, se trata de un virus mágico. Ha conseguido hacer desaparecer a la gripe corriente, a la estacional, a la de toda la vida. Esa que muta todos los años y que lleva a las farmacéuticas a producir vacunas nuevas continuamente. Pero las propiedades mágicas del virus A/H1N1 son tan poderosas que se vuelve detectable por los médicos sin necesidad de examinar apenas al paciente. Sin un simple frotis. ¿Se encuentra usted mal? Échese a temblar: usted sufre de la gripe A.
Naturalmente que ha habido muertes y que las seguirá habiendo. Lo que parece más discutible es que la cifra sea comparable a la que produce la gripe corriente al cabo del año. Pero de poco sirven esos argumentos para detener la histeria y la machacona insistencia de los medios de comunicación en el tema. Y no me refiero únicamente a las noticias de política y sociedad (por decirlo de algún modo), sino incluso a las de índole deportivo. Todo ello contribuye a la difusión de la verdadera pandemia, la más extendida y absurda: la del miedo.
“¿Has pasado la gripe A?”, le pregunta mi padre a uno de sus alumnos. “Sí”, contesta, “pero no me han hecho pruebas y mi madre dice que no se lo cree”. ¿Y cuántas vacunas, pregunto yo, ha producido y vendido la industria farmacéutica para combatir la pandemia? Vacunas mágicamente preparadas en cuestión de pocos meses. ¿O tal vez no tienen nada de mágico y no se han preparado en los últimos meses?
No puedo dejar de recomendar a los que lean esta entrada que vean en los siguientes vídeos las valientes declaraciones de la monja benedictina Teresa Forcades, doctora en medicina, acerca de los riesgos de la nueva vacuna: “Las compañías farmacéuticas [...] están forzando acuerdos para que queden exentas de toda responsabilidad legal en caso de que esta vacuna tenga efectos secundarios negativos o incluso provoque la muerte”. Caso, por ejemplo, de EE.UU.
¡Ay, la crisis!
¡Y ay también de la pasmosa capacidad de las personas de ocupar su mente en simples bagatelas al tiempo que hacen el negocio de unos pocos!
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