La presente edición del ciclo de conciertos Noches en los jardines del Real Alcázar se cerró ayer con la actuación del grupo medieval Artefactum, que acudió con el mismo programa (Taciunum sanitatis: músicas para el buen vivir) de los días 1, 15 y 29 aunque ofreciendo diferentes matices y sorpresas que convierten a cada una de sus actuaciones en algo diferente. Con otros artistas, uno se contenta con mirar un calendario y elegir una fecha para asistir, pero Artefactum, haciendo gala de una “perversa” inteligencia (léase en sentido cómico) ha optado por ofrecer siempre algo nuevo o distinto, lo que también ha supuesto un incentivo para la asistencia a cada una de sus actuaciones. Naturalmente, el público, el mismo público, que no es tonto, responde con entusiasmo y sigue al grupo más o menos como Homer Simpson seguía a la Costiburguer. La consecuencia es que, entre quienes repiten y quienes acuden por primera vez, las entradas vuelan. Ayer se dijo que llevaban una semana agotadas.
Como ya anticipé, el gran incentivo de esta última actuación lo constituía escuchar al grupo en formación de quinteto gracias a la presencia de Francisco Orozco, que además de ser un notable intérprete de las cuerdas pulsadas sabe cantar con una voz de tenor muy adecuada al repertorio que por alguna razón pierde color en el ascenso al agudo salvo cuando canta en forte. En cualquier caso, si algo queda claro es que Orozco comprende exactamente la música que ha de interpretar y sabe dar el enfoque adecuado, ora solemne, ora desenfadado, que cada momento exige. Un ejemplo claro es su estupenda y muy teatralizada introducción del Lamento de Tristán.
Ayer el público acabó encantado, palmeando el último bis, que fue una especie broma coral entonada con gracia por el grupo.
Y ahora, a esperar más Tacuinum. Sinceramente, el enfoque que Artefactum pretende dar a sus próximos trabajos es algo intrigante. ¿Cómo será?; ¿Harán programas del tipo “músicas contra el dolor de estómago”? Seguro que en las Cantigas de Alfonso X encuentran algún milagro al respecto.
Como ya anticipé, el gran incentivo de esta última actuación lo constituía escuchar al grupo en formación de quinteto gracias a la presencia de Francisco Orozco, que además de ser un notable intérprete de las cuerdas pulsadas sabe cantar con una voz de tenor muy adecuada al repertorio que por alguna razón pierde color en el ascenso al agudo salvo cuando canta en forte. En cualquier caso, si algo queda claro es que Orozco comprende exactamente la música que ha de interpretar y sabe dar el enfoque adecuado, ora solemne, ora desenfadado, que cada momento exige. Un ejemplo claro es su estupenda y muy teatralizada introducción del Lamento de Tristán.
Ayer el público acabó encantado, palmeando el último bis, que fue una especie broma coral entonada con gracia por el grupo.
Y ahora, a esperar más Tacuinum. Sinceramente, el enfoque que Artefactum pretende dar a sus próximos trabajos es algo intrigante. ¿Cómo será?; ¿Harán programas del tipo “músicas contra el dolor de estómago”? Seguro que en las Cantigas de Alfonso X encuentran algún milagro al respecto.
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