sábado, 27 de marzo de 2010

In questa reggia...

Tras el éxito de La fanciulla del West en la pasada temporada, el Teatro de la Maestranza de Sevilla ha vuelto a apostar por el Puccini más exótico de la mano de Turandot. Presencié la última de las funciones (la de ayer, 26 de marzo, viernes de dolores), a cargo del segundo reparto: Marco Berti (Calaf), Janice Baird (Turandot) y Norah Amsellem (Liù). Fue la presencia de Berti, aclamado como uno de los Calaf más rotundos de la actualidad, la que me inclinó por este segundo reparto frente al primero, encabezado por Maria Guleghina como la “principessa di gelo” y la pareja Armiliato-Dessì como Calaf y Liù, respectivamente. A estos últimos pude ya oírlos la pasada temporada en la antes citada Fanciulla, y me convenció el personalísimo timbre de don Fabio, pese a esos portamentos di sotto que pueden llegar a molestar a los más exigentes en materia de técnica vocal.

No negaré que el acontecimiento ha tenido bastante de especial. Ha sido la segunda vez que mis padres y mi hermano me han acompañado a la ópera, y para ellos ha supuesto algo así como una “reparación” del Giulio Cesare de la pasada temporada, cuyo montaje (feo, no nos engañemos) les disgustó bastante. También se ha decidido a acudir un pequeño grupo de amigos (Carmen, Emilio, Laura...) en las funciones de los días 22 (primer reparto) y 23 (segundo) sin haber presenciado previamente ninguna ópera, y me alegró y tranquilizó a partes iguales el que, lejos de aburrirse, disfrutaran del espectáculo. Y a ello hay que añadir que Turandot es uno de esos títulos que conozco de memoria de la primera a la última nota, y tuvo mucho de especial el presenciar ante mí y por primera vez lo tantas veces escuchado en grabaciones.


El Maestranza se ha inclinado por rescatar el montaje de Sonja Frisell (a partir del del malogrado Jean-Pierre Ponnelle), ya visto en Sevilla en 1998. No sólo no huele polilla, como he leído a algunos sesudos críticos, inconformistas por sistema, sino que permite gozar visualmente de la obra sin caer en el exceso de lo recargado y lo cansino. Es cierto que algo más de movimiento escénico hubiera sentado bien al montaje, pero la casi permanente presencia del coro en escena limita considerablemente el espacio en el que han de moverse los personajes. Cierto también que Berti permaneció estático prácticamente toda la noche (ignoro qué tal se desenvolvió Armiliato desde el punto de vista teatral), pero esa inmovilidad también sirvió para reflejar escénicamente la inflexible cabezonería del personaje.


Marco Berti lució su poderosísima voz, capaz de imponerse por cuerpo y volumen al resto del reparto (algo palpable en el maravillosamente asfixiante final del primer acto) y lo que es más, a una ROSS que sonó a más decibelios que nunca, sobre todo precisamente en los finales de acto. Brindó maravillosamente sus dos arias, la tierna pero a la vez inflexible “Non piangere, Liù” y la soñadora “Nessun dorma”, cortada demasiado pronto en el agudo final, lo que le privó del aplauso del público. Me pareció curiosa esa forma de detener el aria cuando durante toda la noche su voz lució consistente más allá del pasaje de registro, llegando a ofrecer plenamente el agudo no escrito en “tutta ardEnte d’amor”. Es el suyo un Calaf más rotundo en su faceta de héroe que en el plano sentimental de enamorado. Las respuestas a cada uno de los intrincados enigmas resonaron poderosamente en todo el teatro, provocando curiosamente algunos suspiros y murmullos de gente que desconocía las respuestas y debían sentirse superadas por la habilidad casi “adivinatoria” del personaje. Lo mejor, el segundo acto.

Janice Baird, Turandot, fue creciéndose más y más a lo largo de la infernal “In questa reggia”, abordando con considerable habilidad la complicada escena de los enigmas. Posee una voz algo estrecha para el personaje, incluso con algún problemilla nunca grave de volumen, pero que lució plena y sin cambios de color a un extremo y a otro del registro. Algo que sí pudo haberse mejorado fue su dicción italiana, a veces con un poco agradable acento anglosajón. En el plano teatral parecieron cambiarse las tornas de lo que sería una Turandot convencional: el personaje inmóvil y aparentemente frío fue Calaf, mientras que Baird dio vida a una Turandot no tan ajena a los acontecimientos como da a entender el libreto hasta casi el final de la ópera. Vimos a una Turandot que parecía derretirse por el príncipe extranjero desde el primer momento, pero que le rechaza por orgullo. Su gesto desesperado ante cada una de las soluciones a los enigmas volvió otra vez a incidir en esa Turandot más humana de lo que inicialmente pudiera pensarse y que haría menos brusco su cambio de actitud al final del tercer acto. La mejor prueba de esta “humanización” escénica de un personaje que se define como “no humana” se vio en la escena de la muerte de Liù. La Turandot de Baird no sólo no permaneció impasible, sino que se giró horrorizada y terminó sentada en los escalones con gesto derrotado. Creo no equivocarme si digo que la intención de este montaje era el de mostrar los “dos miedos” de Turandot (vencer y acabar con Calaf, al que ama, o ser vencida y herida en su orgullo) visualmente, y no como algo meramente psicológico y que pilla por sorpresa al espectador al final de la obra.

La “povera Liù” corrió a cargo de Norah Amsellem, sustituyendo a Arteta. Una Liù bien fraseada (tan importante en Puccini), de voz algo pequeña pero con un bellísimo vibrato que lució en “m’hai sorriso” y, por supuesto, en el “Signore, ascolta”, único momento en el que el público interrumpió un acto para aplaudir, si bien es cierto que Halffter, inteligente, esperó con la batuta baja a que naciera el aplauso. Decidí esperar al tercer acto para hacerme un juicio definitivo sobre Amsellem, y ahí, en su segunda y lúgubre aria (“Tu che di gel sei cinta”) terminó por convencerme plenamente. No es Liù en el sentido en el que lo fueron Freni o Caballé, pero compuso una delicadísima y patética escena final que arrancó los sollozos de una señora sentada frente a mí y supongo que de más de un asistente. Y un público en absoluto silencio y expectación pese a la quietud de la música (¡qué genio Puccini!) –he percibido que el público suele ser más ruidoso cuanto más suave es la melodía– mientras la desgraciada esclava abría con su sacrificio la mente de la cruel princesa al mostrarle la fuerza de ese afecto, el amor puro y sin esperanzas, que hasta entonces había despreciado. Liù, bontà; Liù, dolcezza; Liù, poesia...

Del resto del reparto destacó el sobresaliente Timur de Alexander Vinogradov, un papel al que no suele prestarse la atención que merece y que hizo al bajo ruso merecedor de un gran aplauso al final. Bien coordinados los ministros Ping, Pang y Pong, (Manel Esteve, Javier Palacios, y Gustavo Peña) escoltados permanentemente por tres acróbatas haciendo gracietas durante toda la función. Innecesario, al tiempo que simpático. Muy bien Joseph Ruiz y Mario Bellanova en los breves papeles, básicamente recitados, de emperador y mandarín.

La labor de Pedro Halffter, de una Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en su mejor momento y que el Ayuntamiento se dispone a asfixiar el año que viene y de un esplendoroso Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza es mucho, muchísimo más de lo que pudiera haberme esperado. Halffter, como ya hiciera en la Fanciulla, ha dirigido a un Puccini brioso, de tempos ágiles y espectaculares y coloristas finales de acto. El diabólico coro “Gira la cotte” del primer acto, con una siniestra iluminación rojiza en el escenario, fue todo un ejemplo de virtuosismo y coordinación perfecta entre un coro y una orquesta que no sé cuánto tiempo habrán necesitado para ensayar hasta alcanzar semejantes cotas de fuerza y calidad. La batuta de Halffter sólo se ralentizó en el pasaje orquestal que separa el dúo final de Turandot y Calaf de la escena última en palacio. Sospecho que las razones de esa lentitud en el tempo se deben aquí, más que a Halffter, al montaje escénico y al cambio de decorado (el mismo, visto desde atrás), que requieren con esta escenografía de algunos segundos extra que obligan a alargar la música. Poca cosa, en cualquier caso, pues para la entrada del coro (“Diecimila anni”) el tempo volvía a ser el mismo que el empleado previamente en el segundo acto.



El telón cayó en medio de una atronadora y prolongada ovación como jamás había oído antes en el Maestranza. Se oyeron palmas por sevillanas. Berti y Amsellem fueron los más braveados, así como el propio Halffter en una noche que, en suma, deja bien alto el listón del Maestranza y que evidencia lo bien que a Halffter se le da Puccini. ¿La Bohème para la temporada que viene?

Nota: Todas las fotografías empleadas pertenecen al excelente blog http://julio-rodriguez.blogspot.com/, en el que pueden también localizarse además curiosas imágenes de los ensayos y camerinos.

viernes, 19 de marzo de 2010

A vueltas con el FEMÁS'10

La ausencia del Il Giardino Armonico en la presente edición del Festival de Música Antigua de Sevilla se ha visto felizmente suplida por la actuación del Venice Baroque Consort, formado por miembros de la Orquesta Barroca de Venecia, que en la última década ha sabido hacerse un hueco entre los principales conjuntos historicistas del mundo gracias a la enérgica labor al frente de Andrea Marcon, y al violín de Giuliano Carmigola, frecuente en sus grabaciones. Hemos tenido la fortuna de escucharles en Sevilla con un programa netamente italiano (lo que, sin duda, mejor saben hacer), en el que la figura de Antonio Vivaldi ha sobresalido. La velada, en una iglesia del Sagrario en la que hacía frío, comenzó con uno de mis conciertos favoritos de Vivaldi: el RV 157, cuyo primer movimiento, de apariencia simple, me ha parecido siempre hipnótico. Enérgica y vigorosa la interpretación del Concierto para violonchelo, RV 401 con Francesco Galligioni, así como del RV 156 para cuerdas. Al margen de Vivaldi, pudimos también escuchar el conocido Concierto para oboe de Marcello, en el que brilló de forma sobresaliente Michele Favaro. También se lució este último, esta vez con la flauta, acompañando a Romina Basso en el “Sol da te mio dolce amore” del Orlando furioso, de la que Basso aguantó dignísimamente el tipo en las notas más graves. También del Orlando vivaldiano escuchamos el “Nel profondo cieco mondo”, pero fue en “Quell’usignolo” de Giacomelli donde Basso exhibió coloratura y dejó pasmado al respetable. Se me venía a la cabeza la Bartoli, pero sin poner cara de poseída. Un descubrimiento para mí fue “Gelido in ogni vena” del Farnace (nuevamente de Vivaldi), basado en “el invierno” de “Las cuatro estaciones”. Alguna vez he leído que la Orquesta Barroca de Venecia no ofrece en directo la misma calidad que en sus grabaciones. Bien, si debo opinar por mí mismo (y para eso tengo este blog) diré que para mí, antes de entrar, el gran atractivo del concierto era escuchar a este conjunto, pero que una vez dentro fue Romina Basso la que me encandiló. Y a la vista del Vivaldi que escucharía una semana más tarde, digo sin rubor alguno que nuestra Orquesta Barroca de Sevilla ha hecho palidecer a los venecianos en el presente Festival.

Por cierto que el clave que utilizó Massimiliano Raschietti fue, al menos a simple vista, el mismo que el empleado por Trevor Pinnock en su reciente concierto de Cajasol.


Mis impresiones sobre el programa de ayer, titulado “L’Italia, i suoi linguaggi” pueden dividirse en dos fases: antes y después del concierto. Durante la primera de ellas me dominó la estupefacción por un inesperado cambio del lugar y hora del concierto. Del Salón de los Tapices del Alcázar a las 21:00 a la iglesia de San Marcos a las 21:30. Tuve la fortuna de mirar la página web de la Orquesta Barroca de Sevilla antes del concierto, por lo que me enteré del cambio sin que ello implicase consecuencias más negativas. Pero a juzgar por los justificados comentarios de disgusto de la gente que guardaba la cola hubo casos más “extremos”. Una pareja de ancianos que esperaba detrás de mí se había enterado del nuevo emplazamiento y hora del concierto gracias a un artículo de periódico en el que se aludía a los mismos... dentro del texto. Ningún anuncio ni titular. ¿No es una cuestión de respeto para quienes han pagado la entrada la de esforzarse en anunciar las posibles modificaciones con antelación y –sobre todo– publicidad suficientes? Hasta donde yo sé, los “anuncios” propiamente dichos se han subido en las páginas web de la OBS y del FEMÁS.

Cuestión aparte es que el cambio obedezca a un imprevisto de última hora, pero el hecho de que en un artículo de la prensa del día se aludiese al mismo nos hace chocar de nuevo con el escollo de la falta de publicidad. Se rumoreaba en la fila que el cambio se debía a los necesarios preparativos de seguridad para el Consejo de Ministros del día siguiente en el Alcázar. Bien, en ese caso tal eventualidad tendría que estar prevista, y de no haberlo estado a la fecha de organizarse el programa, cosa posible, tendría al menos que haberse anunciado de forma más seria, sobre todo cuando se rumoreaba que no será el único concierto en sufrir cambios. Creo que es lo propio de un Festival con veintisiete ediciones a sus espaldas y al que acuden figuras musicales de primerísimo orden. En cualquier caso, nos atendieron de forma amabilísima las dos jóvenes encargadas de la cola, que recabaron información para nosotros sobre las causas del precipitado cambio. Me hizo gracia el comentario de la señora de atrás: “¿Medidas de seguridad para los ministros? ¡Como si los que tenemos se mereciesen medidas de seguridad!”.

Pero ya dentro de San Marcos, y desde el momento en el que ese milagro que es nuestra querida Orquesta Barroca de Sevilla abordó los primeros compases del primer Concerto grosso, Op.6 de Corelli (nada tiene de extraña la admiración de Handel hacia estos conciertos) pasé a la segunda y más agradable “fase” emocional: si escuchar a nuestra OBS es siempre un placer, hacerlo con Enrico Onofri al frente es llegar a cotas por encima del sobresaliente. Delicadísima y al mismo tiempo vibrante visión de Corelli, con bellísimos apianamientos que volverían en la segunda parte y un sensacional Onofri, acompañado en el concertino por Jorge Jiménez, cuya melena contrastaba por cierto con la alopecia de aquél. Siguió el Concierto nº3 de Sammartini, pero fue el RV 208 “Il grosso Mogul” de Vivaldi el que dejó pasmado al público. No recuerdo haber escuchado jamás a una OBS más enérgica, apasionada y entregada, y animo a los que tengan la fortuna de escucharles a detenerse a observar los rostros de los músicos mientras interpretan. Onofri lució tal virtuosismo en el Allegro final que el público arrancó en “bravos” más numerosos incluso que los de la segunda parte. Esta consistía en el conocido “Stabat Mater” de Pergolesi. Es curioso que en este año en que se conmemora el trescientos aniversario de su nacimiento hayamos podido presenciar en Sevilla con poca diferencia de tiempo sus dos obras más conocidas: el intermezzo “La serva padrona” y el trilladísimo pero siempre efectivo “Stabat Mater”. Y ello me hace preguntarme: ¿existe vida en Pergolesi más allá de estas dos obras? Una forma original de homenajearle sería la de sacar del olvido sus obras sin que ello implicase dejar de interpretar las de siempre. Pero no quiero perderme: en lo vocal tuvimos a Monica Piccinini y a Carlos Mena. He tenido oportunidad de escuchar a este último en varias oportunidades y cada vez me gusta más. El público (nada mermado ni por el desbarajuste organizativo ni por el estreno de Turandot) terminó en pie al completo.

Reflexión final: señores organizadores del FEMÁS en este segundo año de la “era Alqhai”: Gracias. Muchas gracias por traernos algo tan grande ya sea en el Alcázar, en San Marcos, el Sagrario, Santa Marina o donde sea... pero por Dios no nos den más sustos como el de hoy.

martes, 9 de marzo de 2010

Trevor Pinnock cabalga de nuevo


Tengo en casa unos sesenta discos de Trevor Pinnock, más o menos. Aún me faltan muchos otros de gran interés en su extensa discografía. Es un intérprete y director al que conozco muy bien y tuve la oportunidad de verle en directo hace varios años en el Ciclo de Música de Cámara de El Monte.

La fusión de El Monte con Caja San Fernando no ha supuesto la desaparición de este maravilloso ciclo anual de conciertos, que hoy nos lo ha traído de vuelta a Sevilla. Y aunque la primera vez que se ve a un artista al que se admira se siente algo especial, creo haber disfrutado tanto esta noche como lo hice en aquella primera ocasión. Más aún cuando era consciente de que Trevor Pinnock había pasado, al igual que quien esto escribe, un infame año 2009. A finales de 2008 perdió a sus padres y su salud se deterioró en los meses siguientes, pero la feliz aparición hace poco de una nueva grabación de las Sonatas para flauta de Bach sugería una recuperación que hoy mismo he podido ver y oír por mí mismo para mi alegría.

Ha venido con un repertorio francés (Froberger, Couperin, Rameau) acompañado de la Partita nº 4 en re mayor, BWV 828 de Bach, que ya grabara para Archiv en 1985. Y escuchándole es difícil no preguntarse el por qué no ha frecuentado con mayor asiduidad el barroco francés. Pinnock siempre ha sido un clavecinista y director de medios tan sobresalientes que hacen muy desconcertante, por ejemplo, su relativamente escasa discografía en materia de ópera y de música vocal. Lo escuchado esta noche ha tenido, por tanto, el aliciente de tratarse de un Pinnock alejado, con la excepción de Bach, de sus compositores habituales (Handel, Mozart, Haydn...). Me pareció soberbio en la primera mitad, y ya en la segunda logró un sonido intimista en Couperin que me recordó a Rousset. Su interpretación de la Suite en la menor de Rameau (1728) adoleció de algún problemilla perfectamente disculpable (y más tratándose de quien se trata), a lo que contribuyó también un problema con una nota del instrumento, que Pinnock tuvo que arreglar sobre la marcha. Noté al público más entusiasmado que otras veces o quizás sea que mi admiración por Pinnock me llevó a ello. La sala estaba llena más o menos al 80% (en esta ocasión tenía entrada en balcón y divisaba muy bien todo el recinto) y Pinnock fue braveado al saludar. Como propina, una enérgica interpretación de “La Suzanne” de Balbastre.

Y ahora un deseo probablemente imposible: que Pinnock vuelva a dirigir a The English Concert como director titular. Estamos hablando de una de las mejores orquestas historicistas del mundo, que en la década de 1980 alcanzó lo más alto haciendo de la “elegancia británica” su nota más característica. Esta pulcritud tan british contrastaba por aquellos años con la pasión barroca de la Musica Antiqua Köln de Reinhard Goebel y con el virtuosismo al clave de Ton Koopman, encajando más en la línea de directores como Christopher Hogwood o de mi admirado Sir John Eliot Gardiner. Pese a esta disparidad de estilos y a que los criterios de interpretación hayan variado con el tiempo en relación a compositores como Vivaldi, su discografía sigue gozando hoy de plena vigencia, y Pinnock ha mostrado en Sevilla su cara más vitalista después de la oscuridad de la tormenta. Larga vida para él y para la que se mire como se mire será siempre su orquesta.



"La Suzanne" (Balbastre) - Trevor Pinnock

lunes, 8 de marzo de 2010

Por Plácido Domingo


Hoy tengo que alterar inesperadamente el orden de las entradas previstas para este blog para este mes de marzo, y no se debe al recital de Trevor Pinnock al que he asistido hace un rato.

Escribo tan solo para expresar mis mejores deseos al maestro. Todo parece haber ido bien y esperemos que quede en nada. Plácido tiene que dar guerra "hasta que la voz aguante", cuando supere a Tutankhamón en longevidad. Le deseo una prontísima recuperación y una rápida vuelta a los escenarios.

En realidad, esta entrada la va a "escribir" él:









Añadido (10/03/10): Lo de este hombre es increíble. Hoy ha aparecido este mensaje en su página web:

Dear Friends,

I thank you all from the bottom of my heart for your concern and your good wishes. It is wonderful to know that I have so many friends all over the world, and I want to reassure all of you that the doctors have given me a clean bill of health, with no follow-up therapies necessary. I can’t go on stage for a few more weeks, but I am spending my time studying and preparing for future engagements. I feel well and am looking forward to performing again as soon as possible.

My love to you all.

Plácido

Y me pregunto: ¿qué necesidad económica tiene a día de hoy Plácido Domingo para dedicar al estudio su tiempo libre en un momento tan delicado? Ninguna. Plácido lo hace porque es un ARTISTA, al que hoy veo más grande que nunca. Me habría gustado que hoy hubiese ganado su Madrid.

Monteverdi, de Venecia a Sevilla

Ya está aquí el FEMÁS 2010. Y este año ha arrancado celebrando el cuatrocientos aniversario de una de las mayores cumbres de la música sacra: las Vísperas de la Santísima Virgen de Claudio Monteverdi. Una verdadera exhibición de genio compositivo por parte de aquel genial autor de óperas y madrigales que por 1610 ansiaba dar un vuelco a su carrera que le llevaría a obtener tres años más tarde un puesto en la catedral de San Marcos de Venecia. Las Vísperas son, en efecto, una obra de exhibición con vistas a obtener un contrato. Y Monteverdi triunfó, naturalmente, creando una obra colosal que aún hoy encierra algo de vanguardista: a fin de cuentas, el autor sigue siendo el mismo de Orfeo y sin perder de vista el carácter sacro de la obra es capaz de convertir genialmente algo como el Nigra sum sed formosa en lo que parece una canción de amor perfectamente insertable en cualquiera de sus óperas. Merecen la enhorabuena los organizadores del Festival de Música Antigua por no dejar pasar semejante efeméride. Por mi parte, hace apenas un rato que regresé a casa del concierto, por lo que creo que me adelanto a todos con esta pequeña crónica.

El público respondió admirablemente en este concierto inaugural con una parroquia de Santa María Magdalena llena casi al 100%. Llegué a las nueve (media hora antes del inicio del concierto) y me sorprendió la enorme cola que se formaba en la puerta y que más tarde me obligaría a sentarme muy atrás. Recordé los no lejanos tiempos de Santa Marina. En suma, nada que ver, gracias al cielo, con el aspecto semivacío de La serva padrona de Cajasol del mes pasado, que aún no se ha borrado de mi memoria. Y a ello debe añadirse que la hora y la climatología no eran los más propicios para una tarde de música. A las nueve y media de la noche de un domingo me parece algo tarde, aunque por otra parte entiendo que en la Magdalena hay misa de ocho y media y que hay que disponerlo luego todo para el concierto. Una prueba más, en suma, de un público interesado.


El Coro Barroco de Andalucía cumplió con corrección su nada fácil cometido, si bien las voces femeninas se vieron frecuentemente tapadas por el resto. De los solistas, el más destacable fue, sin lugar a dudas, Furio Zanasi, de quien ya hablé no hace mucho, precisamente en relación a la representación de La serva padrona a la que antes me referí. Por su parte, Les Sacqueboutiers de Tolouse contaron con el nada desdeñable refuerzo de varios miembros de la Orquesta Barroca de Sevilla. El pequeño-gran problema de la noche fue la irregular dirección de Lluís Vilamajó, plúmbeo en algunos momentos que invitan a una mayor ligereza y agilidad como el Dixit Dominus y en cambio innecesariamente rápido y virtuosístico en otros más serenos, caso del tranquilo diálogo entre solistas, coro y orquesta del Ave maris stella. Las secciones más reflexivas, como la citada Ave maris stella o el Duo Seraphin (que de por sí sólo bastaría para que hoy recordáramos el nombre de Monteverdi) no me dejaron indiferente, aunque tampoco me inspiraron la sensación casi mística que encierra esta música maravillosa. Lo escribo pensando en Gardiner en esa magnífica filmación en el interior de San Marco, por mucho que a día de hoy la interpretación historicista de Monteverdi parezca recorrer otros derroteros diferentes. Precisamente por eso insisto en que a la dirección de Vilamajó le faltó en ocasiones algo de frescura y agilidad, así como de un mayor sabor "meditarráneo". Ni esto ni lo que ofrece, en el extremo opuesto, L’Arpeggiata de Christina Pluhar. En el justo medio aristotélico se encuentra la virtud.

Brillante arranque, en cualquier caso, de un Festival de Música Antigua sobre el que volveré a informar pronto.

PS: El merchandising ha llegado al FEMÁS en forma de camisetas y delantales de color negro que se venden a la salida del concierto.

lunes, 1 de marzo de 2010

Giulio Cesare (Connolly, De Niese, Dumaux - Christie)

Parece que mi costumbre, ya consolidada, de comentar una “Ópera del mes” en DVD tiene éxito entre los lectores. No hay cosa más subjetiva que las impresiones personales en cuestiones artísticas. Dicho de otro modo, lo escrito aquí, no va a misa, sino que se trata tan sólo de apreciaciones subjetivas que como mucho podrían tener un interés meramente informativo. Lo mismo ocurre al comentar una función o concierto. No hay nada más absurdo que ver a dos melómanos peleando sobre lo que es emocionante y lo que no. Cada persona es un mundo, y el único requisito exigible a un artista es el de una ejecución correcta desde el punto de vista musical (que un cantante no emita un gallo, que un pianista no se equivoque, etc.). El resto es subjetivo. Mucho de lo que escribo son, y deben ser, palabras lanzadas al viento destinadas a “experimentar” por uno mismo e invitar a quien me lea a elaborar una opinión propia e independiente de los que supuestamente “saben”. En absoluto descalifico a los críticos, aunque entre ellos haya algún papafrita (como en cualquier otro oficio), pero el que una opinión esté consolidada entre ellos no significa que tenga que estarlo para mí. Cada uno es libre de pensar por sí mismo y de acertar y equivocarse. Es jugar a ser crítico, con la modestia de reconocer que estamos jugando. En realidad, aunque nada fuera así, este género musical llena tantas horas de mi vida que no podría dejar de referirme a él en el blog. No estoy dispuesto a cometer el error de escribir pensando en lo que pueda atraer a mis lectores, aunque ello no sea un problema en el caso de este tipo de entradas. Escribo sobre lo que verdaderamente me atrae. Si alguien encuentra algo de provechoso en ello lo consideraré un triunfo, mientras que si el eventual lector no siente el menor interés por el tema no me disgustaré porque ignore estas entradas. Lo que menos me preocupa de mi blog, se me crea o no, es el contador de visitas.

Hasta aquí los preámbulos. Hace años que Glyndebourne viene “malacostumbrándonos” con producciones espectaculares que luego salen en DVD. Sirvan como ejemplo las filmaciones que he comentado hasta ahora en el blog: de seis óperas, tres de ellas se deben a este maravilloso festival inglés, que cuenta en su haber con los méritos de diseñar temporadas atractivas año tras año, con artistas para quitarse el sombrero (mención especial a la colaboración desde hace algunos años de la Orchestra of the Age of Enlightenment), muchos de los cuales son jóvenes intérpretes que adquieren fama internacional gracias a Glyndebourne (caso de Sarah Connolly, de la que hablaremos hoy), y filmando las producciones para su salida en DVDs (y últimamente en formato Blue-ray) de excelente presentación y calidad de imagen y sonido. Si tomamos como referencia reciente el año 2005, los DVDs de este festival que en mi opinión merecen verse sin reservas son Giulio Cesare, Così fan tutte, La Cenerentola, L’incoronazione di Poppea, Hänsel und Gretel... Una media de al menos un DVD altamente recomendable por año y temporada. Y aunque esa media se reduzca inevitablemente en mi blog en los próximos meses, la estadística sigue manteniéndose, porque ahora mismo hay anunciado un Falstaff con una pinta estupenda... Larga vida a Glyndebourne.

Hoy toca la que es, en mi opinión, la obra maestra de George Frideric Handel: “Giulio Cesare in Egitto”. La duración de esta obra (cuatro horas) hace que no me atreva a recomendar al profano en la ópera su escucha integral como primera introducción al género, pero sí le recomendaría explorarla poco a poco, aria a aria, como si de un fascinante mosaico musical se tratara, hasta descubrir que la ópera completa es en su conjunto una maravilla que no se nos hace larga. Y es que no podemos olvidar que estamos hablando tal vez de la más lograda ópera de Handel y hasta es posible que de todo el barroco. Ahí es nada. Mi experiencia personal es la de haberme hecho con las grabaciones de Jacobs y Minkowski y de “resucitarlas” del olvido con ocasión de su puesta en escena en la pasada temporada en el Maestranza sevillano. Lástima que algunos aspectos del montaje de Wernicke implicasen “meter mano” a la partitura handeliana, pero de todos modos disfruté como un enano en el teatro y desde entonces me “obsesioné” con Cesare.

El libreto de Nicola Francesco Haym cuenta la conocida estancia de César en Egipto, que culmina con la entronización de Cleopatra (enlace a la traducción castellana). Aquí un breve resumen:

Acto 1: Julio César llega a Egipto persiguiendo a su enemigo Pompeyo. El faraón Tolomeo (Ptolomeo) decapita a este último y entrega la cabeza como regalo a César, pensando que le agradará. Lejos de ser así, el dictador romano se enfurece y pide audiencia con el faraón. Mientras tanto, Cornelia y Sesto (Sexto), viuda e hijo de Pompeyo respectivamente, juran venganza.

Cleopatra, hermana de Tolomeo, ansía desplazar a su hermano en el trono y gobernar Egipto, empresa para la que decide valerse de sus encantos con César. La tensa entrevista entre este y Tolomeo se produce, y cuando César se retira, el joven Sesto se abalanza contra el faraón puñal en mano, por lo que es arrestado. Cornelia es entregada como premio a Achilla (Aquilas), hombre de confianza de Tolomeo.

Acto 2: El eunuco Nireno, sirviente de Cleopatra, organiza un encuentro entre ella (disfrazada de criada y haciéndose llamar Lidia) y César, que queda enseguida conmovido por su belleza. Mientras tanto, Cornelia se niega a ceder a las pretensiones sexuales de Achilla.

Tolomeo, decidido a acabar de una vez por todas con la presencia romana en Egipto, lanza sus ejércitos contra los de César, abriendo una guerra directa contra Roma. Cleopatra, después de revelar a César su verdadera identidad, lamenta la posibilidad de que este muera en combate. Mientras tanto, también el faraón desea a Cornelia para sí y se la arrebata a Achilla.

Acto 3: Decepcionado por la traicionera actitud de su señor, Achilla decide unirse a César en la guerra. A su vez, Tolomeo apresa a su hermana, consciente de sus artimañas para arrebatarle el trono.

La batalla se produce y el ejército de César resulta vencido. El dictador romano deambula melancólico por el campo de batalla cuando encuentra a Achilla malherido, quien antes de morir le entrega un sello que permite el acceso a las habitaciones de Tolomeo. César lo entrega a Sesto (ya liberado), al considerar que a él le corresponde vengar la muerte de su padre y corre a encontrarse con Cleopatra. Valiéndose del sello, Sesto se introduce en el harén de Tolomeo (donde se encuentra su madre) y cuando este se presenta –lógicamente desarmado– le apuñala. César entrega el trono de Egipto a Cleopatra y se embarca de regreso a Roma.


El libreto tiene, como se ve, un considerable rigor histórico: son ficticias las desventuras de Cornelia y Sesto, así como la muerte de Tolomeo (a quien vemos aquí como adulto y no como el jovencito que nos dice la Historia) a manos de aquél y la batalla “perdida” por César, pero son episodios que revisten al conjunto de la historia de una emocionante teatralidad que el espectador agradece. Por ejemplo, sin la patraña de la derrota del ejército romano (una deformación literaria de la rebelión egipcia y de parte del ejército contra César, de la que aquel, lejos de derrotado, saldría airoso pidiendo refuerzos a Roma), Cleopatra no cantaría su “Se pietà di me non senti”, momento crucial en la interesante evolución del personaje y en el desarrollo de la acción. Súmese a ello el que el libreto es (o a mí me lo parece) literariamente bello y veremos que Handel tenía todos los ingredientes para crear su obra maestra.

De entre toda la discografía de esta ópera, existen dos grabaciones vencedoras en CD: René Jacobs y Marc Minkowski (a ellos me referí antes), si bien yo resuelvo personalmente el empate en favor del primero (la culpa la tienen, entre otras cosas, un par de “tijeretazos” en la grabación de Minko). Del mismo modo, hay también dos DVD que se imponen, por la calidad de sus intérpretes, al resto: el de William Christie con Sarah Connolly y el de Lars Ulrik Mortensen con Andreas Scholl. Hoy me centro en el primero de ellos. Al de Mortensen espero poder dedicarle otra entrada en el futuro, pues bien la merece pese al “peculiar” montaje de Francisco Negrín, que por lo que he leído ha mejorado considerablemente en su reciente “Partenope”, que aún no he visto.


El director escénico David McVicar sitúa los hechos en la época colonial inglesa y hace moverse a los cantantes en un escenario que experimenta pocos cambios a lo largo de los tres actos de la ópera. En ocasiones aparece en el fondo el busto semidestruido de Pompeyo, protagonista fantasmal y silencioso del libreto. La decisión de McVicar de trasplantar a época más reciente a personajes tan difícilmente extrapolables de su tiempo como César o Cleopatra puede no ser para todos los gustos (se respetan, sin embargo, algunos aspectos históricos como el de presentar a Cleopatra ante César envuelta en una alfombra justo antes del “V’adoro pupille”, aunque no conste en el libreto), pero también cuenta con el acierto de presentarlos como personajes cercanos a nosotros y a nuestro mundo actual. Lo que vemos en escena no es algo que le ocurra a “otra gente”. En cualquier caso, el mayor acierto de la puesta en escena es otro. McVicar concibe con increíble acierto la sucesión de arias que conforman el Giulio Cesare como música bailable fácilmente reconocible en sus formas por los oyentes del siglo XVIII. Algo que hemos perdido hoy inevitablemente y que es “resucitado” en esta producción con una intensa actividad física de los cantantes, que además de cantar las difíciles melodías handelianas y adornar los da capo, deben bailar con gracia al compás de la orquesta. El resultado es todo un acierto desde el punto de vista visual, y por ello le perdono a McVicar que suprima unas líneas del recitativo que antecede al “L’empio, sleale, indegno”, aria en la que Tolomeo “lucha” con Aquilas, mientras que según el libreto debería estar solo. Después de lo de Wernicke...

Handel escribió el papel de César para el castrato Senesino, lo que plantea un problema a la hora de abordar hoy el personaje. ¿Mezzosoprano o contratenor? La primera opción implica el riesgo de afeminar personajes masculinos, mientras que la segunda lleva implícito el rechazo (para mí absurdo) de muchos contra los esforzados falsetistas. Curiosamente, los dos DVDs que he recomendado de esta ópera marcan ambos extremos: en el de Mortensen encontramos a un maravilloso Andreas Scholl, mientras que en la producción de Glyndebourne que nos ocupa, el papel corre a cargo de Sarah Connolly.

Connolly tuvo como escuela el Monteverdi Choir de Sir John Eliot Gardiner a comienzos de los noventa, y el presente Giulio Cesare la consagró como una de las más aclamadas cantantes barrocas de nuestros días. Convincentemente masculina (y adecuadamente caracterizada a tal efecto), ofrece una inteligentísima interpretación de su personaje, embelleciendo cada una de las repeticiones de sus arias de forma en ocasiones endiablada. Pero también explota a la perfección el lado más sereno del personaje (muy cálida su interpretación de “Alma del gran Pompeo”), captando el dificilísimo aire de sospecha en el “Va tacito”, momento en el que expresa sus dudas sobre la supuesta lealtad a Roma de Tolomeo. Fue idea de Connolly el embellecer de forma eficacísima el “Se in fiorito prato” (con el violín de Nadja Zwiener) imitando con su voz el canto de los pájaros.



Pese al título, Cleopatra es el gran personaje de la ópera. Salvo ella, cuya mentalidad evoluciona a lo largo de la acción, la totalidad de los personajes se muestran estáticos desde el punto de vista de sus emociones: César clemente, justo y enamorado; Tolomeo perverso; Sesto ansioso de venganza, Cornelia depresiva... Sólo Achilla sufre, como Cleopatra, una transformación mental, pero en su caso de mucho menor interés y movida no por el convencimiento de que César sea justo, sino por su sed de venganza contra el faraón.

La hermosa reina de Egipto se nos muestra inicialmente en el libreto como una muchacha dispuesta a ofrecer sus favores sexuales por un trono, algo en lo que recuerda a Poppea, de la que hablamos aquí. La diferencia está en que en la ópera de Monteverdi ignoramos lo que la seductora protagonista siente. ¿Es amor por Nerón, fascinación por su poder, ambición política o una mezcla de las tres cosas? En el caso de Cleopatra encontramos un definitivo punto de inflexión en el “Se pietà di me non senti”: César está combatiendo a una turba de gente enviada por Tolomeo para asesinarle y es posible que muera. La futura reina de Egipto muestra a solas consigo misma todos los temores de verdadera amante que agitan su alma por primera vez. Aquí tampoco escuchamos una alegre y despreocupada melodía como las de otras arias anteriores de un personaje por entonces más superficial (Non disperar”, “Tu la mia stella sei”, “Venere bella”...) y que tampoco tendrán nada que ver ya con esa otra maravilla que es el “Piangerò la sorte mia”, delicadísima expresión de un dolor callado y que nada tiene que ver con la pérdida de las aspiraciones políticas, sino más bien por la creencia de que el ser amado ha muerto. Y es que a quien no se le salten las lágrimas oyendo esto está sordo y merece estarlo.

Danielle de Niese saltó, por decirlo así, al “estrellato operístico” con esta encarnación de Cleopatra, un personaje bendecido con un rosario de arias que son un verdadero caramelito para el oyente. De Niese triunfa en su encarnación del personaje, si bien adolece en ocasiones de cierta brusquedad, algo de lo que ya hablé a propósito de su Poppea, también en Glyndebourne. Son preferibles las Cleopatras de Imger Dam-Jensen, Sandrine Piau o Cecilia Bartoli, quien acaba de triunfar en este papel en París. Arias como la seductora “V’adoro pupille” (aquí con una orquesta aparte sobre el escenario) requieren de una voz delicadísima, casi etérea, que haga justicia a una música de belleza arrebatadora. En contrapartida, De Niese le echa ganas al “Da Tempeste”, en donde sí me convence más. Su formación como bailarina es un plus para un montaje como el de McVicar, en el que De Niese tenía necesariamente que triunfar como una Cleopatra graciosa, seductora y bien cantada.

Algunas voces se han levantado contra esta cantante tras su triunfo en este Giulio Cesare. Sus cedés monográficos de Handel y Mozart han recibido una acogida desigual, y L’incoronazione di Poppea no es una ópera que levante pasiones a gran escala. Próximamente se ha anunciado la aparición de un nuevo DVD de “Acis y Galatea” en el que podremos escucharla de nuevo en un título más conocido. Veremos qué tal lo hace y veremos también las críticas. Sin duda no es la gran soprano barroca de nuestros días, pero también considero de todo punto injustas las tan repetidas acusaciones de que Danielle de Niese ha llegado a donde ha llegado sólo por su físico. Me gustaría oír a muchos de los que cacarean este tipo de acusaciones cantando obras tan difíciles (bueno, siendo sincero no me gustaría). Si aplicamos la regla de que un cantante guapo triunfa sólo por su físico habría que despreciar todas las grabaciones de Anna Moffo... y no pronuncio el nombre de Plácido Domingo para no dárselo servido al frente anti-dominguista.


La producción de McVicar tiene una cosa en común con la de Negrín a la hora de enfocar los personajes: la maldad de Tolomeo es vista desde el punto de vista de lo cómico, presentándolo como un ser ridículo y afeminado y convirtiendo sus caprichos y explosiones de carácter en un espectáculo patético que el público ríe a gusto, aunque aquí en menor grado que en el caso de Negrín. Leyendo el libreto no encontramos esa concepción cómica del malvado personaje, aparte de las humillaciones verbales a las que le somete su hermana, pero su mentalidad es tan retorcidamente miserable que esa comicidad sirve como contraste de las palabras que pronuncia, convirtiéndolo en un ser grotesco que no llega a la suela de los zapatos a César, visto aquí como el gran héroe de la ópera. Ni siquiera hay nada en el texto ni en la música de Handel que permita defender que ama a Cornelia, sino que más bien parece arrebatársela a Achilla por puro capricho y egoísmo. A diferencia del DVD de Mortensen, en el que encontramos a un Christopher Robson muy cómico pero vocalmente horrible, aquí tenemos a un cantante joven de categoría. Christophe Dumaux salió del “Jardin des voix” de William Christie, triunfó como Tolomeo en esta producción de Glyndebourne y vuelve ahora a la carga tras un período de relativo silencio. Precisamente ahora acaba de anunciarse una nueva grabación de Orlando con Dumaux en el papel principal bajo la dirección de Jean-Claude Malgoire. Un contratenor de bellísima voz que, así lo espero, aún tiene muchas alegrías que darnos.

A Patricia Bardon se le ha criticado su voz algo oscura y de excesivo vibrato en su encarnación de Cornelia. Tampoco es que el personaje contribuya a ganarle especial simpatía: su música es hermosa, sí, pero a fin de cuentas es un lamento continuado en todas sus apariciones desde el comienzo al fin del la ópera. En cualquier caso, es preferible la Cornelia de Randi Stene en el DVD de Mortensen, y no digamos ya la espléndida recreación del personaje que hizo Bernarda Fink en la grabación de Jacobs. Mucho mejor es el Sesto de Angelika Kirchschlager, que no muestra aparentemente el agotamiento físico del que se queja la soprano en la entrevista que acompaña al DVD. El joven Sesto es un papel difícil: no es un héroe a la manera de César, pero tampoco estamos ante el papel insustancial de un adolescente sin cerebro. Es un “proyecto de héroe”, si se me permite la expresión: se trata de un personaje demasiado joven e impulsivo, sin duda algo irreflexivo, pero con un elevado y maduro sentido de la dignidad y del honor que le empuja a retar a Tolomeo y a conseguir su muerte. Handel le premió con algunas de las mejores arias de la ópera, como la famosa “Svegliatevi nel core”. Y no puedo dejar de mencionar el desgarrador dueto “Son nata a lagrimar” de Cornelia y Sesto que cierra el acto primero. Belleza en estado puro. En cualquier caso, y con perdón de la muy lograda interpretación de Kirchschlager, sigo prefiriendo el Sesto de Tuva Semmingsen en el DVD de Mortensen, que ofrece la mejor versión del “Cara speme” que haya oído nunca.

El resto de los secundarios cumple sobradamente. Christopher Maltman canta un convincente Achilla con voz algo oscura. Prefiero aquí también el timbre más fogoso de Palle Knudsen. Por cierto que Achilla es un personaje que bien merece de una reflexión. Se trata de un villano “humanizado” por el libreto y por la música de Handel, algo que no ocurre, por ejemplo, con Tolomeo. Es malo, cruel, se regocija de presentar la cabeza cortada de Pompeyo ante César y recomienda a su señor el asesinato de éste último, pero sus sentimientos por Cornelia parecen sinceros. Permanece verdaderamente atormentado por la indignada indiferencia que le profesa Cornelia, y a diferencia de Tolomeo él no está dispuesto a emplear la fuerza contra ella, esto es, a violarla. Pero, desconcertantemente tampoco le vemos como un amante infeliz a la manera de Cleopatra al final del segundo acto y al comienzo del tercero. Sus arias “románticas” carecen de la espiritualidad de un “V’adoro pupille”. ¿Ha querido Handel ir con su música más allá de lo que dicen las palabras del libreto y presentar el amor de Achilla como puramente carnal? Hay cosas en el personaje que parecen sugerirlo y otras que lo desmienten. A la imaginación de cada uno queda el elaborar un juicio sobre el que para mí es el personaje más ambiguo y enigmático de la obra.

Achilla aparte, Alexander Ashworth se encarga del intrascendente papel de Curio, mientras que un simpático Rachid Ben Abdeslam borda el rol del eunuco Nireno, mostrando un amaneramiento cómico que ríe el público de Glyndebourne. Christie le premia con el aria “Qui perde un momento” (añadida por Handel en 1725, un año después del estreno), terminando aquí curiosamente en un pizzicato de las cuerdas.


La dirección orquestal de William Christie, al frente de la Orchestra of the Age of Enlightenment, merece la matrícula de honor. El director americano es, junto con Marc Minkowski, el mayor experto mundial en barroco francés (sus grabaciones de Rameau son monumentales), y muchos han criticado un cierto “afrancesamiento” en su Handel. Quizás se deba en parte a que vinculemos el sonido de su orquesta, Les Arts Florissants, al repertorio francés, de modo que al abordar campos distintos sigamos atribuyendo la “voz” de esa orquesta con compositores como Rameau, Lully o Charpentier. En cualquier caso, es a una sobresaliente Orchestra of the Age of Enlightenment a la que tenemos aquí, con un primer violín de categoría como el de Alison Bury, quien lo fue ya durante muchos años en los English Baroque Soloists de Gardiner. Tal y como declara el propio Christie en la entrevista del “Bonus”, su visión del trabajo de la orquesta no pasa precisamente por una labor lineal de mero acompañamiento de los cantantes (como probablemente ocurría en época de Handel, cuando ni siquiera se invertía demasiado tiempo en ensayar), sino por hacerla verdaderamente partícipe y protagonista del acontecimiento musical, explotando al máximo las posibilidades y colores de la partitura handeliana. Pocos pero inevitables cortes en una obra de semejante duración: “Tutto può donna vezzosa”, de Cleopatra; “Se a me non sei crudele”, de Achilla y “L’aura che spira” de Sesto. Hubiera deseado también algo más de vivacidad en algunas ocasiones, como en el caso del “Va tacito”, pero me reafirmo en lo ya escrito: un director y una orquesta de matrícula de honor.

Creo que a diferencia de lo que ocurre en el mundo del disco, existen muy pocos DVDs de ópera realmente imprescindibles. Este es uno de ellos. No tengo la menor duda de que es un DVD redondo (no sólo en su forma, sino también en su contenido) y de conocimiento obligado para todo seguidor del barroco y de la ópera. La única pega es su prohibitivo precio (¿qué puede esperarse tratándose de tres discos?), aunque siempre cabe la posibilidad de adquirirlo de oferta (yo mismo lo adquirí hace tiempo en el Cortinglé a mitad de precio). Imprescindible.


















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